¿Porqué enterramos el dolor de la muerte en nuestros huesos y dejamos que nos carcoma durante años? En pequeñas dosis, administrables pero no controladas.
Algunos lloran, a cántaros, como si tuvieran un arca escondida y no les diera miedo que la tierra se volviera a inundar, otros no lloran nunca y listo, así hacen su duelo. Otros lloramos poquito, casi de sorpresa y nos relaja sentir que se viene un gran llanto y justo en ese momento todo cesa, como las nubes negras en el cielo, las pocas gotas que empiezan a caer y de repente sale el sol y las nubes desaparecieron. Así es para algunos.
No sabemos procesar el dolor, más bien el dolor no sabe procesarnos. No puede entender cómo entre tanta distancia y aparente indiferencia siempre hubo un ojo pendiente de aquellos con los que rara vez platicamos o nos vemos, pero que siempre han tenido un gran lugar en el corazón. El dolor no nos entiende, no sabe que hacer con nosotros que aparentemente vivimos felices y sin problemas, sin dificultades mayores que saber que elegir de comida, o a donde viajar, o que ropa comprar, o que queremos hacer cada día. A nosotros, los que nadie nos visita ni visitamos, a los que nadie nos llama ni llamamos. A nosotros los solos y felices, que “no necesitan de nadie ni nada” y que “nada nos afecta”. A nosotros el dolor no nos entiende.
Entendemos el dolor de otros, somos inmune a sus efectos inmediatos, pero completamente vulnerables a sus planes a largo plazo.
Aún recuerdo a aquella chamaquita de pelo chinillo y rubio, aún lloro su muerte, casi cada que la recuerdo, 20 años casi y el dolor sigue ahí, en mis huesos, en todos.
Y ahora uno nuevo, aquel viejito que sin saberlo ni estar presente fue fundamental para definir mi personalidad. En las tierras donde el creció yo terminé de aprender quien soy, porque gracias a su esfuerzo yo pude disfrutar de árboles frutales, tortillas, frijoles, quesos y varios manjares hechos en utensilios de barro. Aprendí a caminar bajo la luna y sin ella, aprendí a disfrutar de un ojo de agua y como suena una colmena de abejas pasando encima de ti. Y no solo eso, aprendí de amistad a través de sus hijos, del trabajo rudo del campo y de que nadie está a salvo de cometer errores en la familia.
Y el dolor de nuevo se pregunta qué hacer conmigo, porque al saber de su muerte mi cuerpo solo quería seguir durmiendo y mi mente me dijo que era algo que ya se venía y lo sabía muy dentro de mi, que descansara pues lo pensado en días anteriores no había sido equívoco. Pero un poco después, sin más, las lágrimas brotaron como ahora y en un suspiro se fueron.
Calma dolor, tenme paciencia. Yo te la voy a tener de aquí a 20 años cómo te la he tenido los últimos 20, no tengas prisa en manifestarte, pero tenme un poco de misericordia porque hoy pareciera que tú ganas.